Manías

 

Qué difícil es ponerse el camuflaje de mujer. Me refiero a seguir siendo yo mientras crees que soy otra. No sé si me explico: apunta por ahí.

No es como esas veces que cambio de bolso porque me doy cuenta que llevo más de un año con el de verano y ya está tronando, y tú lo sostienes mientras me pongo del revés la chaqueta, no. 

O  como cuando anudo un rizo entre mis dedos mientras callo y copio en mi cerebro  todo, todo, todo, lo que me cuentas –y luego a solas le hago la autopsia sin darme cuenta-. 

O la bendita manía de perderme mirando, acodada, como pegas tus labios al botellín de cerveza.

 O como cuando loca, explota mi carcajada y termina en una sonrisa estúpida que afloja porque más que a loca sonó a chiflada.

O la manía que tiene  mi hombro de acariciar mi barbilla porque tropiezo contigo, en la entrada, en la salida –sin querer- y al tenerte tan cerca mis pantorrillas se paralizan. Vete tú a saber.

Ni como cuando el viento empuja mis tacones por llegar antes a tu encuentro y yo pretendo un paso lento para que no notes mis ganas de llegar a ti.

O descalza alegando con la orilla, y me dice  la muy salada que le hago cosquillas preguntando cuando daré el segundo paso. Ahí sí.

Y ya puesta a tirar la casa por la ventana, este mi ser o no ser, que calla cuánto te quiero, no se refiere a cuando por cabezonería quiero soñarte, y al no conseguirlo me invento el sueño que contigo  quiero tener después de reírse de mí una pandilla de corderos.

Es, Mi Amor, la manía –apúntame otra- de verte y al decirte hola, digas, Bien, ¿Y tú? Y siempre responda esta a la que desconoces; madura y cobarde, la misma estupidez vestida de camuflaje. Me refiero a, Bien… yo también.




Comentarios

Entradas populares de este blog

A la que fui

Querido:

La librería