La librería

 En realidad yo no era nadie. Temblaba arrimada en aquella estantería escuchando que ya tendríamos que estar en el sótano. No nos dio tiempo. El más antiguo, que había sufrido demasiadas heridas en otras guerras y un trasplante de pergamino a papel, susurró que estaba listo. Algunos rezaban todo lo que sabían mientras otros tantos calculaban en qué momento exacto iba a suceder. Los ubicados dos estantes a su derecha cuchicheaban que ya lo habían advertido, Escrito está. La historia tenía claro que habían muchas páginas aun por escribir. La poesía se quedó sin palabras al observar a los de la entrada a la izquierda, Espirar, exhalar, ¡Repetimooos!

Luego todo fue un caos, porque salí despedida intentando cerrar mis páginas abiertas tras el impacto, creyendo ver a los más pequeños abrazarse al colorín que estaba más colorado que nunca y a un lápiz tan asustado que se partió en dos. La tinta lloraba.
Nadie volvería a saber de mí ni de mi autora. Las dos moriríamos sin saber el por qué. Quizá quemadas, quizá en ese instante…
Entonces me tomó entre sus brazos, abrió mi tapa y me hizo el boca a boca.


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